De este modo, ahora solo utilizo el veterano León (no en vano son ya 150.000 km los que compartimos) el fin de semana y con mesura: cualquier tema en Madrid city lo resuelvo aparcando cuanto antes y utilizando el metro. Aunque aparcar tampoco es la solución idónea: el aparcamiento junto a mi trabajo (junto a la A-2 y sin vigilancia) es como un caramelo a la puerta del colegio: es habitual que aparezcan vehículos abiertos y saqueados; y en el resto de Madrid tambien hay que ser muy cuidadoso con lo que dejas a la vista.
Y por otro lado, la seguridad en carretera. Los accidentes de tráfico siguen suponiendo un goteo (¿goteo? casi un chorro) constante de heridos y fallecidos. Y soy bastante sensible a las cicatrices que los accidentes dejan en el asfalto: manchas, marcas, restos, abolladuras en vallas y protecciones... no dejo de fijarme en ello allá donde voy.
Supongo que la causa más directa será mi propia experiencia en ese ámbito, esto es lo que escribí al respecto en 2001:
- En una curva hacia la derecha con cambio de rasante poco antes de llegar a Gordoa me salí de la carretera. Iba rápido, llovía y dio la casualidad de que me crucé con un coche justo en la curva. Sin uno cualquiera de esos tres factores nada hubiera pasado, pero pasó. Me fui a la cuneta derecha y tratando de sacar el coche antes de chocar contra el paso del desvío a Salvatierra, cruzó la carretera, saltó la otra cuneta y voló dando vueltas de campana. Pese a mi costumbre, esta vez no llevaba cinturón de seguridad y salí despedido del coche (aunque casi estoy seguro de que llevar cinturón en este accidente no hubiera sido mejor... hubiera sido distinto: la sien hubiera golpeado con total seguridad en el marco de la puerta). No perdí la conciencia pero lo siguiente que recuerdo con nitidez es que ya estaba de pie, que sólo me dolía la espalda y que no veía. Tras limpiarme los ojos de la sangre que me chorreaba de la cabeza (ésa era la causa del problema de la visión) fui hacia el coche que había quedado perfectamente de pie pero casi irreconocible. Recogí por el camino unas cadenas para la nieve que se habían caído y localicé el abrigo: sabía que el móvil estaba en uno de sus bolsillos. Llamadita al 112: “Salida de calzada a la entrada de Gordoa desde Salvatierra, etc”. Llamada a casa: “No te preocupes demasiado pero he tenido un accidente con el coche y ya he llamado a la ambulancia...” Y a esperar en cuclillas (la espalda dolía menos) al lado del coche, consciente del silencio y la oscuridad que me rodeaba.
Al cabo de unos minutillos veo que llega la ambulancia y que pasa de largo. Parece que no se me veía demasiado desde la carretera (ya habían pasado un par de coches sin percatarse de nada). Así que vuelta a llamar al 112: “He llamado hace un rato por una salida de calzada y la ambulancia ha pasado de largo...”.
Una vez en la ambulancia (collarín, inmovilizado en la camilla) marchando hacia el Hospital de Santiago. Y el trayecto un suplicio: la suspensión durísima, como la camilla, que además va sujeta al chasis. Pero bueno, fue solo media hora.
En urgencias, muy buena gente: impecables costureras que fueron cerrando los múltiples rasguños y agujericos del cráneo entre bromas y risas (en total 26 puntos de sutura). Unas radiografías de la columna vertebral: fractura de la vértebra dorsal T12. Y nada más. En el informe de urgencias ponía: consciente, orientado, colaborador.
El día siguiente visita al escáner (TAC): la fractura era inestable y requería cirugía y fijación artificial. Así que el martes por la tarde, viaje al quirófano, anestesia general y fijación con dos piezas metálicas (titanio). Luego cerrar, grapar (14 grapas) y a despertar a la URPA.
Dos días después de la cirugía, y pertrechado con una especie de arnés-corsé (nombre científico: Jewet) levantado y andando. Cada día un poco más y un poco mejor. A los nueve días del ingreso, el martes 17 de enero, quitar los puntos de la cabeza y a casita. Y en casita, nada más llegar las primeras noches, algo fallaba: volvían los dolores y molestias en la espalda. Y ese sábado por la tarde 40º de fiebre. El médico que vino a casa no lo dudo: al hospital de nuevo.
Urgencias por segunda vez en un mismo mes: diagnóstico inicial tras un puñado de pinchazos (malditos hemocultivos) ¿¡neumonía!?. Ingresado en la planta de 4ªB para, casi inmediatamente, indicarme el especialista que de neumonía nada. Por lo que solo quedaba esperar a los hemocultivos. Que acabaron confirmando lo previsible: infección en la herida quirúrgica. Por "estaphilococos áureos" además. Malvados pero menos. Y la medicina nuclear (tomar una muestra de tu propia sangre, extraer los leucocitos, marcarlos con un isótopo, inyectarlos de nuevo al flojo sanguíneo y luego rastrearlos en sucesivos días por todo el cuerpo) confirmó que era superficial. En otro caso, si hubiera afectado a nivel del hueso nada me hubiera librado de ser conducido de nuevo a quirófano a realizar una limpieza integral, recomenzando por consiguiente desde cero la recuperación.
Tras los 9 días de ingreso en traumatología y los 16 combinados de neumo y trauma, había acabado bastante saturado del ambiente hospitalario. Pese a las enfermeras, médicos y auxiliares muy buenos-buenas, los paseitos por los pasillos, el notar cada día un poco más de agilidad o un poco más de fuerza, la vía central, las numerosas visitas, la infinidad de llamadas telefónicas,... un montón de buenos recuerdos, en resumen. Y una ocasión única de aprender vocabulario médico... y de leer.
Así nos fuimos hace un par de semanas a dar un buen paseo por la zona de La Barranca, cerca de Navacerrada. Por la mañana ya había gente, pero se podía disfrutar del radiante sol junto al frescor de finales de octubre, del espeso bosque de coníferas, de la inclinada senda de grava y tierra. Pero al volver hacia el aparcamiento alrededor de las 15h, una de las características de Madrid: marabunta humana. Daba la impresión de estar en una manifestación: andarines varios, muchos niños y carritos, jinetes, ciclistas,... barullo y griterío. Era como cualquier día en Madrid: da igual qué festividad sea, no importa lo grande que sea el atasco de salida... siempre queda mucha gente.
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