He sentido una extraña sensación, un agradable cosquilleo, al leer "Sentido inverso" en El Lolaberinto:
Paula sonríe, cierra los ojos y le coge un beso. Camina hacia atrás y, con cuidado, de espaldas y sin falta de ganas, entra en aquel hospital. Borra con el bolígrafo su firma y una enfermera le acompaña a su habitación, la treinta y ocho de la segunda planta. Se mete en la cama con un gesto mecánico, se siente bien y deja que pase el tiempo. Al día siguiente empieza a tener algo de fiebre y nota dolor en el costado y el cuello, dolor que se va acentuando con el paso de las horas. Le colocan un collarín, tras un "Paula, esto va mucho mejor" por parte del médico. El suero va volviendo poco a poco a su bolsita. Saca pastillas de su boca que la enfermera guarda con cuidado, las jeringuillas se llenan y empiezan a salirle arañazos en la piel. (...)
Para terminar (¿o empezar?) la lectura...
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